En el acelerado mundo del desarrollo de software, donde las innovaciones y las actualizaciones se producen a un ritmo vertiginoso, hay una cita que deberíamos tener grabada en nuestro pensamiento:
“Un sistema complejo que funciona, evolucionó a partir de uno simple que funcionaba. Un sistema complejo construido desde cero no funcionará.” – John Gall, 1975
Esta esencia, reflejada en la Ley de Gall, sirve como un recordatorio esencial tanto para el entusiasta recién iniciado en el mundo del software como para el profesional veterano y experimentado.
¿Por qué la simplicidad importa?
La ambición de desarrollar el siguiente software revolucionario, cargado con todas las características posibles, es algo que muchos compartimos. Sin embargo, las cifras nos sugieren que quizás necesitemos replantearnos nuestra estrategia inicial. Según un estudio del PMI de 2017, muchos proyectos de software no terminan como esperamos.
Ante esta realidad, la solución podría ser más sencilla de lo que pensamos: comenzar con un Producto Mínimo Viable (MVP, por sus siglas en inglés). Los MVPs muestran una tasa de éxito notablemente superior en comparación con proyectos que buscan ser demasiado ambiciosos desde sus inicios. Las razones son claras:
- Rapidez en el lanzamiento: Un MVP no solo permite llegar al mercado más rápidamente, sino que también brinda la oportunidad de probar ideas con una inversión menor.
- Recepción temprana de opiniones: Lanzar pronto es sinónimo de aprender pronto. De hecho, según Jakob Nielsen, con feedback de apenas cinco usuarios, podemos identificar el 85% de los problemas de experiencia de usuario (UX).
- Minimizar riesgos: Comenzar con menos complejidad reduce las posibilidades de errores. Además, según el Chaos Report, un 43% de los proyectos de software gastan más de lo previsto precisamente por no anticipar esta complejidad.
La belleza del desarrollo ágil o iterativo
Empezar con un sistema simple no significa que terminaremos ahí. Una vez que tengamos un sistema que funciona, podemos iterar sobre él, expandiendo y refinando, aprovechando la sólida base que ya hemos construido. Esta es la esencia de la Ley de Gall. Curiosamente, esta idea no es nueva: la filosofía Lean, originaria de Toyota en la década de 1950, también defiende la idea de la mejora continua basada en la iteración y por supuesto, las metodologías de desarrollo ágil que surgieron en la década de los 90 refuerzan este enfoque.
Conclusión
El mundo del desarrollo de software está lleno de historias de proyectos que intentaron hacer demasiado, demasiado pronto, solo para encontrarse con fracasos costosos. La Ley de Gall no es solo una cita inspiradora; nos lleva a reflexionar sobre el desarrollo de software complejos como una hoja de ruta hacia el éxito sostenible.
Así que, la próxima vez que sientas la emoción de un nuevo proyecto, recuerda: comienza simple, construye sobre lo que funciona, y permite que la complejidad evolucione naturalmente.